Por José
Eugenio Hoyos
Para los que
somos parte de la bendita Renovación Carismática (RCC) a través de los años nos
hemos podido dar cuenta del poder de Cristo y la fuerza del Espíritu Santo derramando
un nuevo Pentecostés sobre multitudes que oran, gozan, alaban y claman la
acción del Espíritu Santo.
Cristo
prometió y cumplió la promesa de enviar el Espíritu Santo y no solo como
defensor sino como la gran potencia sanadora y liberadora.
2 Samuel,
18-19 nos dice: “¿Quién soy yo Señor Yahvé? ¿Qué es mi familia para que me
hayas conducido hasta acá? Pero eso te parece todavía muy poco, Señor Yahvé, ya
que ahora extiende tus promesas a la familia de tu servidor para un futuro
lejano; ¿es ese un destino normal para un hombre, Señor Yahvé?”
En varias
ocasiones aunque estamos activos en la Renovación Carismática nos sucede que no
nos sentimos merecedores de ser predicadores del Evangelio, de ser parte del
ministro de alabanza, de pertenecer a los ministros de sanación, intercesión o
liberación… o lo mas interesante es que no nos sentimos merecedores de recibir
el cumplimiento de las promesas de Dios de sus bendiciones y de alguna manera
renegamos de ellas y hasta dudamos.
Sin embargo,
quienes creemos en las promesas de Jesús, debemos tomar una nueva actitud, la
cual debe ser conforme a aquel en quien creemos.
Recuerde
entonces con alegría, que Cristo tiene una alianza de amor eterna con cada uno
de sus hijos
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