Thursday, March 15, 2012

Ayuno y abstinencia dan fuerza espiritual

Por el Rev. Jose Eugenio Hoyos

Van corriendo con mucha rapidez el regalo que nos ha dado Jesús con su testimonio de vida y oración en cuarenta días que marcan el tiempo litúrgico dela Cuaresma. Estos cuarenta días hay que tomarlos con mucha seriedad y responsabilidad pues traen grandes resultados en nuestra vida espiritual y nos acercan más a nuestro Padre. Es realizar con alegría un alto en nuestras vidas llenas de tanto trabajo, preocupaciones o sentimientos encontrados para renovarnos, refrescar nuestra fe y vivir a plenitud los Sacramentos sobre todo la penitencia.

La práctica del ayuno y la abstinencia fortalecen en verdad el alma y el espíritu. No olvidemos que la ley del ayuno obliga a hacer una sola comida durante el día, pero no nos prohíbe digerir otros alimentos suaves. El ayuno es obligatorio para todos los católicos mayores de edad hasta que hayan cumplido 59 años. Son días de ayuno y abstinencia el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La ley de la abstinencia prohíbe el uso de carnes, la abstinencia todos los viernes de Cuaresma. Se aconseja de que si a usted se le olvida o no tiene buena memoria o le falta disciplina escribir un rótulo o letrero en la cocina donde diga: “los viernes de Cuaresma no se come carne” y esto le ayudará grandemente a cumplir con esta ley.

Para que vivas con entusiasmo y te beneficies espiritualmente de la cuaresma, lee un libro con mensajes bíblicos, asiste a un retiro, visita al Santísimo Sacramento y dedica media hora de oración o en silencia y te llenarás de una gran fuerza poderosa, visita un hospital, trata de escuchar música con alabanzas cristianas. Comprométete a luchar por la justicia social y por el respeto a los inmigrantes, aboga por la defensa de la vida. Trata de no enojarte y de emplear palabras positivas.

Coloquemos a Cristo como el centro de nuestras vidas en este tiempo cuaresmal, no olvides que Él es la luz del Padre, proyectada hacia el mundo; Cristo es el que abre el telón oscuro y nos permite ver a Dios. Él es quien posibilita que el hombre pase de la noche de la ignorancia a la luz de la fe. Él es quien revela el misterio del pecado, del dolor y de la muerte, y el misterio del perdón, de la gracia y de la vida definitiva. Cristo nos acostumbra a conocer al Padre, y fortalece con la fe nuestros ojos débiles. Ayunando y practicando los sacramentos y en asidua oración  espiritualmente nos mantendremos fuertes en nuestro diario vivir.

La Palabra de Cristo contiene fuego y vida

Por el Rev. José Eugenio Hoyos

Dentro de pocos meses comenzaremos a celebrar el “Año de la Fe”, este acontecimiento será una gran oportunidad para todos los católicos para participar en la evangelización y traer más almas a la Iglesia. Después de nuestro bautismo estamos comprometidos a testimoniar con fuerza las enseñanzas del evangelio en el nombre de Jesucristo nuestro Señor.

La Palabra de Cristo es el fuego que debe quemar nuestros labios; es un huracán, tiene que hacer temblar. No puede permanecer acallada en la garganta del apóstol. Lo que escuchó en la celda intima del corazón y lo que se descubrió en el secreto de nuestro renacimiento a la vida nueva debe resonar sobre los tejados (Mt 10, 27).

Es una palabra viva que así invade la tierra (Rom 10-18), una palabra renovada porque no puede editarse y repetirse la misma confesión, sino que de día en día se ha de enriquecer con nuevos elementos, para describir la labor incesante del Padre y de Jesús, que trabajan siempre y sin interrupción nos colman de bendiciones y de gracia sobre gracia (Juan 1, 16). En estos tiempos cada católico debe desarrollar sus talentos y carismas ayudando a evangelizar y preparándose a predicar que Cristo sana y está vivo. No nos debe dar temor ni vergüenza de decirle al mundo que somos católicos, que también llevamos y estudiamos las Sagradas Escrituras, y que no nos da vergüenza de llevar un crucifijo, o la medalla de la Virgen en nuestros pechos y un rosario en nuestras manos. “Ay de mí, si no evangelizare”, decía San Pablo (1 Cor 9-16) y se dedicaba a la proclamación de la Buena Nueva, aun desde su prisión, porque él podía estar aherrojado, pero “la palabra de Dios no está encadenada” (2 Timoteo 2, 9).

Sería maravilloso y de gran importancia que todos los católicos asumiéramos un rol más agresivo en la evangelización, pues la palabra, que nos permite traducir nuestro pensamiento y nuestro afecto, nos permita también abrir los caminos para que el mundo crea, porque “¿Cómo creerán ustedes si no se les anuncia?” (Rom 10-14). La vocación de cada bautizado en la Iglesia Católica es revestirse con el vestido blanco de las buenas obras y llevar en las manos la luz del testimonio: un programa de vida que se puede coronar con la fuerza del Espíritu Santo, quien por medio de Jesucristo nos hace proclamadores del Evangelio ante el mundo y nos impulsa hacia la casa del Padre Celestial.