Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Así como existe el bien desafortunadamente también existe el mal entre los hombres y más en el mundo en que vivimos. En ocasiones me da mucha tristeza encontrar en retiros espirituales que dentro de la gente existan personas que se consideran católicas o cristianas y crean al mismo tiempo en adivinos, horóscopos, brujerías, hechicerías, conjuros, espiritismo, satanismo etc. y que piensen que lo que están haciendo es “normal” o esta de “moda” manipulan las devociones a los santos, a los ángeles y a los espíritus de una forma contraria a como nos ha enseñado la religión, estas creencias son contrarias a la fe y hacen mucho daño al Espíritu.
El príncipe de la mentira es el primer beneficiado de estas prácticas y creencias. No olvidemos que por ejemplo, el primer mandamiento; condena la brujería, la magia y todo tipo de adivinación: “Yo Soy el Señor, Tu Dios… no tendrás otros dioses extraños delante de mi” (Éxodo 20:2-3). El Nuevo Testamento igualmente condena la brujería como realidad perversa (Gálatas 5, 20; 13.6; Apocalipsis 21, 8; 22-15). El mago Simón era practicante de la magia pero le dio envidia de los apóstoles al ver que la gente recibía el Espíritu Santo cuando ellos imponían las manos. Ofreció dinero a los apóstoles para que le enseñaran como hacer esto y Pedro le contesto: “Tu corazón no es recto delante de Dios, arrepiéntete, pues, de esa tu maldad…” (Hechos 8: 9-22).
La brujería trabaja con poder satánico (dado por satanás). Se trata de los poderes que oprimen a los hombres y que Jesucristo confronto hasta morir y resucitar para librarnos de ellos, su victoria no nos evita la lucha contra el maligno, sino que nos da la fuerza para vencerlo si tenemos fe. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas (Efesios 6:12).
Por eso nuestra victoria comienza con el nombre de Jesús en nuestras mentes y en nuestros labios y es consumada por la persona de Jesús en nuestros corazones, porque la Preciosísima Sangre de Jesús ha roto y vencido toda esclavitud del enemigo. Debemos confiar solo en Dios y en las enseñanzas de la Iglesia Católica. El catecismo de la Iglesia nos enseña: “el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, satanás, el maligno, el ángel que se opone a Dios. El “diablo” es aquel que “se atraviesa” en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo” (CIC 2851).
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