Por José
Eugenio Hoyos
No hay que esperar que llegue la fiesta de Pentecostés para
que se cumplan las promesas de Jesús. Es cada día que los Carismáticos Católicos
debemos estar preparándonos para recibir a través de la oración una sanación o
un milagro esperado.
Recordemos que la sangre y las llagas de Jesús invocadas con
fe se convierten en un precioso don de Dios para sanar y liberar a toda persona
de las fuerzas destructivas del mal.
Juan 16, 33 nos dice: “En el mundo tendrán que sufrir pero
tengan valor que yo he vencido al mundo”.
El sufrimiento, el dolor o la enfermedad no son signos de
castigo o de debilidad, ni de falta de fe… recordemos que el mismo San Pablo
nos dice: “El sufrimiento aceptado es un medio de crecimiento y para la glorificación
de Dios”.
“Sabemos que la tribulación produce la constancia, la
constancia la virtud probada, la virtud probada la esperanza y la esperanza no
quedara desfraudada porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (San Pablo Romanos 5, 1).
Mientras estemos en este mundo y en este cuerpo, hasta la
hora de la muerte, nuestra vida estará sometida a todo tipo de penas, dolores o
enfermedades, todo tipo de situaciones espirituales, psicológicas y físicas que
sin lugar a dudas siempre necesitaran sanación y la acción liberadora de Jesús.
Filipenses 4:13 nos dice: “Todo lo puedo en Cristo que me
Fortalece”.
También en Pentecostés hay que pedirle a Jesús que nos ayude
a romper cadenas intergeneracionales y que sane nuestro interior.
Recuerda estamos Bendecidos, Encendidos, Sanados y en
Victoria. Gloria a Dios
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