Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Como predicador humilde y sencillo, he tenido la oportunidad de visitar muchos lugares en El Salvador, Puerto Rico, República Dominicana, Honduras, Guatemala, Panamá, Bolivia, Canadá, Colombia, Argentina, México, y diferentes ciudades de Estados Unidos.
Siempre tenía la impresión de que iba a enseñar a evangelizar y a ser instrumento de sanación, conversión o liberación. Pero cuando regresaba de nuevo a Estados Unidos me daba cuenta de que era más lo que aprendía espiritualmente de la gente y que la sanación era muchas veces en sentido contrario. Igualmente al participar en eventos ecuménicos y de otras religiones me llamaba mucho la atención el convencimiento de las Sagradas Escrituras y el amor de Dios en muchas personas que profesaban una religión diferente a la mía, pero que expresaban un gran amor y amistad al mismo Dios del cual yo creía solo pertenecía a mis creencias, me costó un poco compartir y aceptar pero al final me di cuenta que al hacerlo se amplió más mi amor a Dios.
Como los muros que separan las religiones no llegan hasta el cielo, Dios tiene amigos en todas ellas. Somos nosotros los que nos dividimos y llamamos con distintos nombres al único y verdadero Dios. Algún día el amor, que es lo esencial, nos unirá y no discutiremos por cosas accidentales.
Un ejemplo de ello quisiera compartir: “cierta comunidad judía estaba intrigada porque su rabino desaparecía siempre la víspera del sábado. Sospechando que se encontraba en secreto con el todopoderoso encargaron a alguien que le siguiera. Así lo hizo el “espía” y comprobó que el viernes el rabino se disfrazaba de campesino. Luego iba a la casa de una anciana pagana paralitica, limpiaba su cabaña y la atendía con amor. Cuando el “espía” regreso, la congragación le pregunto, ¿A dónde ha ido el rabino? ¿Le han visito ascender al cielo? ‘¡No, respondió el otro, ha subido aún más arriba!’”
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