El V Encuentro Nacional de Pastoral ha sido una gran
oportunidad y una invitación que nos ha hecho la conferencia de Obispos y en
especial en nuestra Diócesis de Arlington, nuestro Obispo Micheal F. Burbidge
para que como los discípulos de Emaús en su caminar tuvieron un encuentro
personal con Jesús, de la misma manera a través de nuestras preparaciones y
oraciones hoy en esta liturgia, nuestras parroquias en este tiempo de Adviento
se encuentra con Jesús para iluminar nuestras vidas.
Y el camino que nos presenta en esos tiempos es el camino de
la reconciliación, del amor y de la esperanza.
Nuestro Dios atiende los gemidos, los temores, los miedos y
los quejidos de una Iglesia inmigrante que ha sentido la protección y ayuda de
un Cristo siempre presente en nuestras vidas. Nuestro Dios es el Señor de
nuestra historia. Un Dios que nos levanta, nos anima y nos llena de fortaleza.
La Iglesia través del Papa Francisco nos llama a ser
verdaderos Discípulos Misioneros: Testigos del Amor de Dios. Hemos sido
llamados desde nuestras parroquias a la propia vida de Dios y, por las aguas
del Bautismo resucitamos con Cristo a una nueva vida como hijos e hijas de Dios.
Desde ya somos llamados a ir a las periferias a llevar con
entusiasmo y gozo la Buena Nueva de Cristo y a participar con alegría en ser
protagonista de la Nueva Evangelización y nos envía al Espíritu Santo para
guiar nuestros pasos alegres.
El documento de Aparecida elaborado por los obispos de América
Latina enfatizan la urgencia de un nuevo discipulado misionero. En Estados
unidos, nuestras familias, nuestros ancianos, nuestros niños y en especial
nuestros jóvenes, debemos avanzar con paso firme para ser luz del mundo y
testigo de Jesucristo, comprometidos a pasar de las bancas a los zapatos, es
decir, llegar a una Iglesia en salida que vive y predica el Papa Francisco. Siempre
lista y después a primeriar sobre todo a los oprimidos, discriminados,
olvidados y a los que se han quedado atrás en nuestra sociedad. Nuestra misión pastora
es urgente, tomemos la tarea de invitar a los excluidos, brindar misericordia y
experimentar la alegría de ser Católicos y de ser bendición para los demás.
Anunciemos al mundo como dice el Evangelio: “la cosecha es
mucha y los trabajadores pocos. Rueguen por lo tanto, al dueño de la mies que envié
trabajadores a sus campos”.
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