Por Rev.
José Eugenio Hoyos
Ya tenemos en los Estados Unidos un nuevo presidente y
nuestra comunidad inmigrante debe darle gracias a Dios por darnos la
oportunidad de vivir en esta gran nación que ha abierto las puertas para que
millones de familias podamos vivir en paz, tener un trabajo digno, tener la
oportunidad que nuestros niños (as) y jóvenes tenga un derecho para ir a las
escuelas. En todo momento, debemos dar gracias a Dios porque somos parte de una
Iglesia Católica que nos apoya y nos protege.
Este 2017, debe ser un año dedicado más a la oración, a la
penitencia, a la solidaridad y a estar más unidos como familias
hispanoparlantes. Aunque sea un año difícil, no podemos perder la esperanza de
que a pesar de temores o miedos por las leyes de inmigración, Dios siempre
estará de nuestro lado.
La Madre Teresa de Calcuta contaba con emoción lo que pasó en
un campo de refugiados con un inmigrante que la saludó y le dijo: “Madre
Teresa, a usted todo el mundo la quiere y le da algo. También yo le quiero dar
algo, todo lo que tengo”. Aquel día dicho refugiado no había recibido en ese
lugar más que un pedazo de pan duro y se lo entregó diciendo: “¡Acéptelo,
Madre, para sus pobres!”. “Sentí en mi corazón que me había dado más que en el
Premio Nobel. Me ofreció todo lo que tenía. Sí, nadie le dio más, aquella noche
aquel buen hombre se acostó satisfecho y feliz porque había ayudado a otros que
estarían peor que el”.
Por eso si quieres que la justicia social sea el sol que
alumbre un amanecer de paz, comparte con largueza. No se trata de dar lo que
sobra, hay que ir más allá. Se deja de combatir si se sabe compartir. ¿Cuantos
gastos y derroche de dinero que vemos en una inauguración presidencial, en una
boda o en una quinceañera? En vez de invertir y colaborar con caridades
católicas o en programas de beneficencia.
La paz es la justicia social. Dios está más cerca de los
inmigrantes en los Estados Unidos. Con Cristo a nuestro lado no hay que tener miedo.
En toda circunstancia defendamos la vida, pues todo ser humano es precioso ante
los ojos de Dios.
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