No ha habido un solo día,
una sola hora, desde hace más de 2 mil años en que la Iglesia de Cristo deje
que se apague el fuego de la oración. Cuando oramos llegamos a ser lo que
realmente somos en lo más profundo de nosotros mismos, abriéndonos a Dios y dándonos
a los demás.
Descubrimos maravillados
que la oración habita en el corazón de Dios y que Dios quiere habitar en
nuestro corazón. “Pedid y se os dará, buscad y encontrareis, llamad y os abrirán;
porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama le abren”
(Mt 7, 7-8). Así, pues, todo el que quiera orar y luche para mantenerse en el
intento, encuentra la llave en la gracia de la perseverancia, por donde la fe
permite siempre avanzar.
La oración es uno de los más
grandes regalos que Dios ha puesto en nuestros corazones y en nuestro diario
vivir. El mismo Jesus nos invita a que oremos con gozo y alegría y
permanezcamos en continua oración. La oración debe ser nuestro alimento y medicina
que sana, convierte y libera. “Cualquier cosa que pidáis en vuestra oración creed
que os la han concedido, y la obtendréis” (Mc 11, 24). Dios es un Dios de
ternura, que no espera de nosotros más que ser mirado y aceptado como lo que
es, un Padre, un esposo, un amigo. “
“No se preocupen por
nada, más bien preséntenle todo a Dios en oración, pídanle y también denle
gracias” (Fil 4, 6).
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