Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Dentro de pocos meses comenzaremos a celebrar el “Año de la Fe”, este acontecimiento será una gran oportunidad para todos los católicos para participar en la evangelización y traer más almas a la Iglesia. Después de nuestro bautismo estamos comprometidos a testimoniar con fuerza las enseñanzas del evangelio en el nombre de Jesucristo nuestro Señor.
La Palabra de Cristo es el fuego que debe quemar nuestros labios; es un huracán, tiene que hacer temblar. No puede permanecer acallada en la garganta del apóstol. Lo que escuchó en la celda intima del corazón y lo que se descubrió en el secreto de nuestro renacimiento a la vida nueva debe resonar sobre los tejados (Mt 10, 27).
Es una palabra viva que así invade la tierra (Rom 10-18), una palabra renovada porque no puede editarse y repetirse la misma confesión, sino que de día en día se ha de enriquecer con nuevos elementos, para describir la labor incesante del Padre y de Jesús, que trabajan siempre y sin interrupción nos colman de bendiciones y de gracia sobre gracia (Juan 1, 16). En estos tiempos cada católico debe desarrollar sus talentos y carismas ayudando a evangelizar y preparándose a predicar que Cristo sana y está vivo. No nos debe dar temor ni vergüenza de decirle al mundo que somos católicos, que también llevamos y estudiamos las Sagradas Escrituras, y que no nos da vergüenza de llevar un crucifijo, o la medalla de la Virgen en nuestros pechos y un rosario en nuestras manos. “Ay de mí, si no evangelizare”, decía San Pablo (1 Cor 9-16) y se dedicaba a la proclamación de la Buena Nueva, aun desde su prisión, porque él podía estar aherrojado, pero “la palabra de Dios no está encadenada” (2 Timoteo 2, 9).
Sería maravilloso y de gran importancia que todos los católicos asumiéramos un rol más agresivo en la evangelización, pues la palabra, que nos permite traducir nuestro pensamiento y nuestro afecto, nos permita también abrir los caminos para que el mundo crea, porque “¿Cómo creerán ustedes si no se les anuncia?” (Rom 10-14). La vocación de cada bautizado en la Iglesia Católica es revestirse con el vestido blanco de las buenas obras y llevar en las manos la luz del testimonio: un programa de vida que se puede coronar con la fuerza del Espíritu Santo, quien por medio de Jesucristo nos hace proclamadores del Evangelio ante el mundo y nos impulsa hacia la casa del Padre Celestial.
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